La perspectiva filosófica del sistema terapéutico floral de Edward Bach

La curación por las flores implica el reconocimiento de vibraciones energéticas que, provenientes de éstas, llegan a los individuos tratados transportadas por el agua. Pero detrás de esta síntesis prevaleció en Edward Bach una concepción filosófica de la enfermedad y los enfermos.

Según el médico galés, la enfermedad tiene sus raíces en un conflicto entre el alma y la mente. Cuando nuestra personalidad se desvía del camino trazado por el alma, fuere por la propia acción o por influencia de otros. Asimismo, provoca enfermedad todo acto de crueldad o mal hacia los demás, en tanto atenta contra la unidad.

Debido a ello, y pese a lo negativo de su apariencia, la enfermedad es en si misma beneficiosa, dado que permite percibir ese conflicto, ese desequilibrio emocional entre el alma y la mente y, consecuentemente, corregirlo. Así tanto la prevención como la curación están ligadas a la erradicación de nuestros defectos, no por enfrentamiento con el mal, sino por desarrollo y crecimiento de la virtud opuesta.

En este contexto las flores actúan fortaleciendo o desarrollando actitudes positivas de optimismo, alegría, paz, tranquilidad, paciencia, coraje, fortaleza, sabiduría interior y seguridad.

Finalmente, Bach sostiene que son siete los estados de ánimo o emocionales que pueden alterar la salud. El miedo, que bloquea las iniciativas vitales; la incertidumbre, que deja a merced de los demás; la falta de interés por la realidad; la soledad orgullosa y egoísta; la hipersensibilidad respecto del juicio ajeno; el desánimo o la desesperación; la preocupación excesiva por los demás con carácter posesivo.

Estos siete estados de ánimo conformarán los siete grupos emocionales en los que se agrupan las 38 esencias florales del sistema terapéutico ideado por Edward Bach.

Jorge Eduardo Padula Perkins







lunes, 1 de agosto de 2011

Chicory. Helado y café para quienes se preocupan demasiado por los demás.

por Jorge Eduardo Padula Perkins

“Poner a hervir la leche y añadir la achicoria, mezclar con las yemas batidas con el azúcar y hacer una crema Inglesa. Añadir la nata y el azúcar invertido fuera del fuego. Dejar reposar en cámara 6 horas y mantecar en la sorbetera”, reza el texto de la receta de elaboración del helado de achicoria, típico de Cuéllar, en la comunidad autónoma española de Castilla y León.

En efecto, este vegetal comúnmente utilizado en ensaladas, y caracterizado por el acentuado sabor amargo de la intibina que contiene, es a su vez la delicia helada de la que se enorgullecen los habitantes de aquella ciudad de la provincia de Segovia.

Chicory (achicoria) es una de las flores que el sistema Bach incluye en el grupo siete, que refiere a aquellos que se preocupan en exceso por los demás.

En la teoría de Bach, las personalidades Chicory son aquellas que bajo la apariencia de excesiva preocupación por quienes lo rodean, esconden una gran necesidad de satisfacer sus propias necesidades de afecto. Se trata de personas que reclaman constante atención y denotan tendencias sobreprotectoras como forma de manipulación.

Según las palabras de Edward Bach, la energía de Chicory es adecuada “Para los que están muy atentos a las necesidades de los demás; tienden  a cuidar con exceso a los niños, a sus familiares, amigos, siempre encontrando algo que pueda ser rectificado.  Están continuamente corrigiendo lo que consideran erróneo y disfrutan haciéndolo.  Anhelan que aquellos por los cuales se preocupan permanezcan cerca de ellos”.

Esta planta perenne, cuyo nombre científico es  Cichorium intybus, crece en los suelos calcáreos, por lo general junto a los caminos. Puede llegar a un metro de altura. Sus tallos son fuertes y resistentes, muy ramificados.  Las hojas son un poco vellosas.  Sus flores miden de 2,5 a 4 centímetros de diámetro, son de color azul, y se ubican en pequeños racimos que nacen en las axilas foliares; no tienen una estructura fija, por lo que el número de pétalos varía.  Se abren con el sol, pero a las dos o tres horas se cierran, por la poca fortaleza de la flor. 

Su nombre proviene del griego kio: caminar y chOlion: campo.

Cuenta la leyenda que una hermosa muchacha de ojos azules prometió a su amado, que marchaba a la guerra, esperar su regreso a la vera del camino. El tiempo pasó contado en años y el ansiado retorno no se producía. Y la muchacha deambulaba triste aferrada a su promesa. Entonces la divinidad se apiadó de ella facilitándole su estadía al costado de los caminos del mundo en forma de achicoria.

Desde la Edad Media, la achicoria ha sido empleada en usos medicinales. Con el nombre de Solsequim aparece en las leyes agrarias dictadas por Carlomagno.
Paracelso la recomendaba en emplastos para las irritaciones de la piel y en infusión para tratar enfermedades del sistema digestivo y del hígado y como estimulante de la bilis.
Esta planta también puede utilizarse para el lavado de eczemas.

Manfred (1991) sostiene que “generalmente se usa el jugo exprimido de la raíz, del cual se toman 4 cucharadas por día, o haciendo hervir 30 a 50 gramos de la raíz cortada y secada a la sombra en un litro de agua, debiendo hervir hasta que el agua quede reducida a medio litro”

Usando esta agua durante largo tiempo –agrega el autor- en tomas de una cucharada cada dos horas, desaparecen los trastornos del hígado, de las almorranas, de la ictericia y de la hipocondría; limpia los riñones, el bazo y la vesícula.

Es la achicoria fuente de vitamina B1. Asimismo es aperitiva y tonificante del estómago y las funciones digestivas gracias a varios de sus componentes. Por un lado y tal como se señaló, cuenta con la intibina que se caracteriza por su efecto colagogo al tiempo que colabora en el buen funcionamiento del hígado. Por otra parte, aporta inulina, un hidrato de carbono abundante en las hojas y en la raíz, que estimula el apetito y favorece la digestión.

Es también buena para la vista, en particular para quienes padecen fotofobia, sequedad ocular o ceguera nocturna.

Su contenido de beta-caroteno o provitamina A la constituyen también en un buen antioxidante preventivo de enfermedades cardiovasculares, degenerativas y del cáncer, mediante el bloqueo del efecto dañino de los radicales libres y la reducción del colesterol LDL, llamado “colesterol malo”.

Finalmente también se ha comprobado en esta planta un suave efecto diurético derivado de su contenido de agua y potasio y discretamente laxante debido al aporte de fibras.

Pero la riqueza y variedad de usos de la achicoria no se agota en lo resumido hasta aquí. Más allá de todo lo dicho, es también uno de los principales sucedáneos del café.

La raíz de la achicoria, tras un proceso de secado, tueste y pulverización fue utilizada en España en las décadas de crisis de 1940 y 1950 para la preparación del dado en llamar “café de los pobres”.

En los últimos años la demanda de la achicoria comienza a despertar como un producto de herbolario, ya que se trata de un sustituto ideal para las personas que no pueden tomar cafeína, considerado incluso más saludable que los descafeinados, y por sus propiedades digestivas y nutritivas.

El consumo de la achicoria como café sigue siendo muy habitual en su zona de producción, en la que incluso se puede tomar en los bares de las provincias españolas de Valladolid y Segovia.

Fuentes:

Manfred, Leo (1991): Siete mil recetas botánicas a base de mil trescientas plantas medicinales, Kier, Buenos Aires.